Prometo...






Estamos, nosotros, en uno de esos momentos en los que parece que caminas por una fina cuerda, por encima del vacío, por encima de las demás cabezas. Y andamos, despacio, sin precipitarnos a ese espacio infinito bajo nosotros, con calma aparente, pero deseando llegar al otro lado.
La juventud es un estado de impaciencia permanente. Lo queremos todo, y para ayer. Ahora mismo, todo es inestable, todo es volátil. Ahora estamos, en este momento y lugar ,y mañana podría no ser así. Y no lo entendemos, pues somos efervescentes y nos creemos eternos. Bullimos y desaparecemos.

Ayer envejecí unos cuantos años. La vida llevaba ya exprimiendo mi cuerpo y mis sesos una larga temporada, así que lo esperaba hacía tiempo. Caí de rodillas en el salón, y mi cabeza golpeó el suelo unos segundos después. Permanecí inmóvil hasta que me di cuenta de que podía moverme. Pero el agotamiento no me dejó llegar muy lejos.
Me arrastré, como pude, hasta el sillón, y trepé hasta tumbarme en él. Estuve así el día entero, pensando, durmiendo a ratos, sintiendo un dolor, en el cuerpo y en el alma, que no se correspondía con ninguna enfermedad física.

He caído al vacío antes. No tengo miedo. Pero al alzar la vista, esta vez, la cuerda no me pareció tan lejana sobre mi cabeza, ni tan atractiva. Puede que mi cuerpo no quiera subirse a ella de nuevo. Puede que esté harto de realizar esfuerzos sobrehumanos, exigidos por una sociedad egoísta e inhumana. Exigidos por aquellos que no ven más allá de sus narices. Por aquellos que no respetan ningún desarrollo que no sea productivo económicamente.

Puede que no me suba a la cuerda. Puede que camine un rato a oscuras. Puede que nunca vuelva.
¿Quién sabe?
Puede que la cuerda no vuelva a soportarme. O puede que vuelva a ella para poder llegar al otro lado y desatarla de su extremo final.  Cuando me levanté de aquí, veremos…






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